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Deus vult es una expresión latina cuya traducción al español es “Dios lo quiere” y se convirtió en una declaración conmovedora para los cruzados. El Papa Urbano II concluyó con esa frase un apasionado discurso en 1095 en el que llamó a los defensores de la cristiandad a la lucha por recuperar la Tierra Santa de sus ocupantes musulmanes. Tras ese momento, Deus vult se convirtió en un símbolo no solo del orgullo cristiano, sino de la cultura occidental en su conjunto.
El origen de las cruzadas
El 27 de noviembre de 1095, el Papa Urbano II pronunció el que posiblemente sea el discurso más influyente de la Edad Media. En él dio origen a las cruzadas al llamar a todos los cristianos de Europa a la guerra contra los musulmanes para recuperar Tierra Santa, al grito de «Deus vult» o «¡Dios lo quiere!»
Los libros de texto modernos hacen eco de los sentimientos de un plan colonizador, retratando a los cruzados como fanáticos religiosos «que tenían poco más que celo religioso». Asimismo, se los retrata como soldados carentes de estrategia, con una ineptitud ejemplificada por su absoluta falta de apreciación de la disposición de la tierra a través de la cual marcharon, así como las luchas internas que plagaron su liderazgo y su negligencia hacia un sistema viable de suministro.
«El ideal de una misión sagrada para conquistar o convertir a los pueblos musulmanes», reza la conclusión de History of Western Civilization (Historia de la Civilización Occidental), un popular libro de texto que se enseña ampliamente en las escuelas. En este libro también se expresa que la misión de las cruzadas entró en la conciencia de los europeos y se convirtió en un objetivo continuo.
Así, las cruzadas, que se extendieron durante más de dos siglos (1096-1300 d.C.) y abarcaron la mayor parte de la llamada Alta Edad Media, fueron, en esencia, expediciones militares lanzadas por el papado medieval para arrebatar las tierras sagradas al control musulmán. En otras palabras, si podemos remontarnos a una fuente, es la Iglesia católica occidental. Sin embargo, promover la guerra no fue claramente una prioridad para el Vaticano antes del siglo XI. Por lo tanto, es legítimo preguntarse cómo se produjo un cambio de política tan radical, en el que los papas pasaron de denunciar el derramamiento de sangre a exigirlo en nombre de Dios.
Resultados de las cruzadas
Desde un punto de vista, la respuesta a la pregunta anterior es sencilla: estas extensas incursiones militares fueron el resultado de cambios fuera de Europa previos a las cruzadas, principalmente el crecimiento y la expansión del islam. De hecho, las guerras santas cristianas guardan un sorprendente parecido con la costumbre musulmana de la yihad, que para entonces se había convertido en una próspera institución islámica a a que sin duda la religión le debe parte de su persistencia en el tiempo. Al traducir la noción de «guerrero santo» a términos cristianos, una sucesión de papas y eclesiásticos medievales crearon al cruzado, un «caballero de Cristo».
Sin embargo, las cruzadas fueron algo más que simples hazañas militares. Construyeron y afectaron casi todos los aspectos de la vida de la época, hecho que queda especialmente claro cuando se examinan sus resultados. En primer lugar, aunque los papas que promovieron las cruzadas tuvieron el poder de reunir un ejército y enviarlo a Tierra Santa, su excursión en las fuerzas armadas terminó por hacer más daño que bien al prestigio del papado. Durante la última cruzada, muchos europeos veían al papa como un rey guerrero más, en vez de como el guardián de las almas que estaba a las puertas del cielo. Cabe destacar que las autoridades religiosas nunca obtuvieron el poder real de un comandante de campo para supervisar una batalla o convocar maniobras específicas, al menos no durante las cruzadas.
Aportes de las cruzadas a Europa
En otros aspectos, estas guerras sancionadas por la Iglesia aportaron algunos beneficios a la Europa medieval. Por ejemplo, las cruzadas permitieron a los occidentales disfrutar de los recursos del rico Oriente por primera vez desde los tiempos de la antigua Roma. Y lo que es más importante, sirvieron de válvula de escape para la juventud y la agresividad de Europa, ya que su población se disparó durante la Alta Edad Media (1050-1300 d.C.). En otras palabras, el envío de jóvenes a luchar por una causa sagrada aplacó, aunque fuera brevemente, las guerras internas que habían asolado Occidente desde el colapso de la dominación romana. Unirse a través de un enemigo común aplacó la autodestrucción que volvería a caracterizar la historia europea en los siglos venideros.
Además, el mero hecho de que algunas de estas cruzadas resultaran victoriosas dio a los europeos una confianza renovada, ya que después de siglos de derrotas en casi todos los frentes imaginables, por fin cambiaron las tornas con respecto a sus superiores militares y culturales del Este. La ola de optimismo que siguió a las pocas cruzadas que lograron algún éxito contribuyó en gran medida al glorioso renacimiento artístico y literario del siglo XII que se extendió por toda Europa durante la Alta Edad Media.